Por Cirze Tinajero
Durante 12 años, Jorge Bergoglio, mejor conocido como el Papa Francisco, no sólo fue el líder de una de las instituciones religiosas más importantes del mundo, sino que entendió perfectamente su papel como un Jefe de Estado cuya opinión, aprobación o rechazo tenía repercusiones globales y podía influir en relaciones internacionales.
Más allá de su papel religioso, el Papa Francisco demostró ser un líder excepcional y un gran negociador al combinar carisma, humildad y firmeza moral, enseñanzas que para muchos se deben emular en el mundo empresarial, más allá de cuestiones de fe.
En su pontificado se enfrentó a desafíos cruciales como las crisis democráticas en Cuba, Nicaragua y Venezuela, las migraciones masivas, el conflicto entre Rusia y Ucrania, la guerra en Gaza, los escándalos de abusos sexuales en la Iglesia, y en cada uno de ellos buscó e impulsó cambios significativos.

Su capacidad para tender puentes entre posturas enfrentadas ha sido clave en momentos históricos, como su mediación en el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Promovió el diálogo interreligioso y la reconciliación, buscando siempre la paz y la inclusión. A través de su liderazgo, logró reformas estructurales e internas en El Vaticano, supo enfrentar a sus detractores con determinación.
Enseñanzas de negociación
“No es fácil negociar pacíficamente en un mundo cada vez más competitivo, pero es peor permitir que el mundo competitivo determine el destino de la gente”, fue uno de los mensajes del argentino a trabajadores y empresarios en su visita a Ciudad Juárez en 2016.
En dicha ocasión también reconoció que las interconexiones de la actividad económica, el empleo y las realidades políticas y sociales de México son complicadas, pero que es “peor dejar el futuro en manos de la corrupción, la brutalidad y la falta de igualdad”.
En diversas ocasiones aseguró que negociar no es debilidad, sino que es fuerza. No es rendición, sino valentía. Y para dar el ejemplo no dudó en intervenir en distintos conflictos como el de Ucrania.
Y su postura ante la reciente campaña militar de Israel en Gaza fue volviéndose cada vez más crítica. Este enero calificó la situación humanitaria en la Franja como “muy grave y vergonzosa”.

Cambios de fondo
Entre sus gestos más significativos figura la autorización a los sacerdotes para ofrecer la comunión a personas divorciadas y la bendición a parejas del mismo sexo. También integró a mujeres en puestos de liderazgo dentro de El Vaticano y promovió una reforma interna profunda. Redefinió la agenda católica, desplazando temas de la “batalla cultural” —como el aborto o la anticoncepción— para enfocarse en el cambio climático, la justicia social y la transparencia financiera. Declaró que los sacerdotes “no son los jefes de los laicos”, y animó al clero a escuchar a los fieles.
Su liderazgo se destacó por la capacidad de pedir perdón: lo hizo tras defender a un obispo acusado de encubrir abusos, y pidió disculpas públicamente a las víctimas de la pederastia clerical. También revolucionó la comunicación papal al adoptar las redes sociales como canales de cercanía: fue el primer pontífice en usar Facebook Live y compartir una encíclica por Twitter, llegando a millones de seguidores con un estilo directo y empático.
A través del Sínodo sobre la Sinodalidad —descrito por algunos como “el mayor ejercicio de consulta en la historia de la humanidad”—, Francisco promovió un diálogo abierto entre obispos, sacerdotes, laicos y mujeres. “Quiero escuchar sus opiniones, incluso si no están de acuerdo conmigo”, les decía. Esta apertura al disenso transformó la manera en que la Iglesia conversa consigo misma y con el mundo.
Quizá su acto más revolucionario fue este: abrir las ventanas de El Vaticano al aire fresco del debate. Y al hacerlo, renovar el espíritu de una institución milenaria.