En un memorable discurso, el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. enfatizó una frase que se ha grabado para siempre: “No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tú por tu país”.
Esta frase resume con toda nitidez la diferencia entre habitar un país y ser un verdadero ciudadano. Los que habitan el país sólo están en la rueda que gira al ritmo de tres pasos: 1) Producir, 2) Consumir y, 3) Entretenerse, sin importar la ruta que lleva su país, su ciudad, su colonia o su calle. Corren en su propia espiral que los ha vuelto indiferentes, atrapados en el discurso dominante de un mundo que les vende concentrarse en su confort personal o cuando mucho familiar, sin voltear a ver a la comunidad. Esta posición termina también por ser una carga asfixiante para ellos mismos y para todos.
Es esa indiferencia de los habitantes la que provoca que lleguen al poder político personajes que saquean a su país, mientras el crimen, que sí se organiza, hace y deshace, dañando la vida y la economía de las familias que trabajan.
Por el contrario, los ciudadanos que salen de sí mismos van más allá de su entorno o su zona de confort, ofrecen una mirada para sus vecinos, protegen su comunidad, se preocupan por el rumbo de su ciudad y actúan en la marcha de su país. Van más allá de escribir en las redes sociales o compartir memes o cosas simpáticas, actúan en la vida real. Estos ciudadanos votan sin que haya ningún incentivo de por medio, saben que tienen el poder de elegir a sus autoridades y pedirles cuentas de sus impuestos.
Porque el gobierno no genera dinero ni recursos, son los ciudadanos los que generan la riqueza de las naciones. Por lo tanto, son estos ciudadanos los que pueden marcar la diferencia al ir a votar.
Y no se trata de ciudadanos con estudios avanzados o con poder económico. No es verdad que, a mayores niveles de educación y cultura, mejores decisiones; si así fuera, nunca hubiera triunfado el nazismo en la Alemania educada y ordenada que le dio acceso al poder a Adolfo Hitler.
Más aún, amplias porciones de la población con altos niveles económicos y educativos son los que registran más indiferencia y un menor grado de participación, son estos núcleos los que más se ausentan de las urnas, incluyendo a muchos jóvenes con estudios universitarios.
De acuerdo con la organización Big Data, en México, los no-votantes son mayoritariamente jóvenes que pertenecen a la clase media alta. El abstencionismo en esta franja se estima en que 6 de cada 10 de estos habitantes, no acuden a las urnas.
En las elecciones intermedias del 2021 el 48 por ciento de los 93 millones de mexicanos que podrían haber votado, no lo hicieron. Es decir, casi la mitad de los electores no participó. Si el abstencionismo fuese un partido político sería el más ganador y arrasaría, ya que en un 87% de las casillas son más los que no votan que los que sí lo hacen.
Lo comentamos alguna vez ¿Qué es más racional? ¿Que un votante pobre acuda a las urnas para obtener recursos inmediatos para su supervivencia? ¿O que un votante con más oportunidades se convierta en abstencionista?
Se requieren demócratas en los partidos políticos, se requieren demócratas en todas las franjas sociales, pero sobre todo en aquellos segmentos de la sociedad que han tenido mejores oportunidades de educación y desarrollo.
“El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes.”
–Cicerón
Darío Mendoza
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